JMiur [E]

Háblenme de su dolor y voy a llorar con ustedes, pero no me traten de vender ideología porque no estoy dispuesto a comprar.

Durante la semana pasada una procesión de víctimas desfiló por la radio y la TV, encabezados por algunas de las figuras de esa especie de nueva clase política argentina que, auténtica o no, exhibe sus pancartas y llora a los gritos cuando se acercan los micrófonos o se encienden las cámaras.

Los ladrones, los secuestradores, los asesinos, los criminales en general, no sólo nos afectan con sus acciones sino que, sin proponérselo, han creado una nueva casta de pseudo-políticos que intenta imponernos sus razones por la fuerza del dolor.

¿Es que no merecen compasión?, claro que si. ¿Es que no merecen Justicia?, claro que si, pero sólo podemos intentar darles un poco de justicia con minúsculas, porque en el fondo, lo que ellos reclaman es algo más humano y mucho más peligroso; algo que ninguna sociedad debería estar dispuesta a otorgar: venganza. Si yo estuviera en sus zapatos, es muy probable que querría los mismo pero desde aquí, desde la razonabilidad, creo que deberíamos ser capaces de no confundirnos y buscar algo más civilizado que un castigo medieval.

Los Bragagnolo, las Pérez, los Blumberg (¿me entiende?) merecen respeto, no por las tragedias que les tocó vivir sino por ser personas. Ese respeto no impide confrontarlos cuando exponen sus opiniones públicamente y se transforman en predicadores de ideas más que discutibles. Los medios de comunicación no lo hacen, algunos, llegan hasta cierto punto y allí se frenan frente a un argumento que parece incontrovertible: "yo soy una víctima y ustedes no".

Pero las víctimas no son inimputables. Las víctimas no pueden crear más víctimas. Las sociedades existen sólo para eso, para protegernos mutuamente de los impulsos instintivos, para evitar la venganza. Lo contrario no es una jungla, es la jungla humana, la peor de las junglas.

¿Acaso los medios de comunicación no tienen ninguna responsabilidad en esto? Los familiares de Cromañón pueden apedrear un juzgado, la legislatura o el Vaticano y el periodista mirará para otro lado y dirá "hay que comprenderlos". Pueden amenazar, agredir, insultar, y el periodista bajará la mirada y dirá "hay que comprenderlos". Nadie responde porque nadie pregunta.

¿Alguien habla de responsabilidades personales? ¿Los padres de los menores muertos no sienten culpa?. ¿No tienen ninguna culpa?. ¿Se ha procesado a alguno de los adultos que dejaba a sus hijos en esa supuesta guardería interna de la que tanto se habló? ¿Donde estaban los padres? ¿Sabían a donde iban sus hijos menores de edad? ¿Sabían los peligros potenciales a los que estaban expuestos? ¿Necesitan un chivo expiatorio de sus propias negligencias?

Chabán quedará inevitablemente preso, tal vez lo acompañe un bombero coimero, en una de esas un funcionario de segunda línea al que alguien le suelte la mano, y todo terminará ahí o mucho antes, cuando una nueva tragedia llene las primeras planas de los diarios y todo se diluya como tantas otras veces.

Hace años que no voy a un recital, he visto peleas, he visto colados, he sufrido patoteadas, pero lo que puedo observar de un tiempo a esta parte, me asusta. Argentina es el reino de la exageración. El comportamiento de los espectadores en cualquier show de cualquier grupo en cualquier parte del mundo es substantivamente diferente de lo que podemos ver por estos pagos donde el descontrol es absoluto, la violencia es generalizada, la admiración y el fanatismo son tan exagerados que terminan parecer falsos. Lo que en un tiempo era una actitud propia de una hinchada de fútbol, hoy es la media de cualquier evento más o menos multitudinario, y este cambio social debería preocuparnos.

Que un chico grite no es importante, pero que sólo grite, es alarmante. Que un chico se emborrache no tiene más consecuencia que una resaca incomoda, pero que deba emborracharse para divertirse es patéticamente penoso. La agresión, la violencia, la intolerancia son conductas habituales y no significan rebeldía, son una forma no demasiado sutil de pedir ayuda. Y somos los adultos los que debemos dar las respuestas.

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